"Ahí, donde nace el río" de Francisca García

21.03.2022

AHÍ, DONDE NACE EL RÍO

Por: Francisca García

Estaba ahí, constante. Ahí, en el medio del valle, perdida entre las montañas, lejos del ruido de la ciudad. Ahí donde se escucha la música del río, esa melodía que producen las piedras al ser arrastradas por el agua.

Estaba ahí, con las manos enrojecidas, los pómulos resecos y su sonrisa sin dientes. Siempre acompañada de su ganado y un bulto grande en la espalda haciendo una última parada antes de retornar a casa.

  • ¡Señoraaaa! He traído la ropa - gritaba al otro lado del cerco.

Estaba ahí, al atardecer, la hora en la que el sonido del río empieza a retumbar y el olor a retamas es penetrante.

  • Sábado bua volver - Me dice en su medio español y mostrando su sonrisa sin dientes.

Cuando la conocí sentía que me vigilaba constantemente, porque siempre estaba ahí, con la mirada hacia donde nace el río, cuidando al ganado, cultivando la tierra, siempre con un olor a leche, estiércol y leña.

  • ¿Cuántos años tienes? - Le pregunté uno de esos tantos sábados.
  • No sé. Mi mamá debe saber. Dice que tengo carnet.
  • ¿Fuiste a la escuela? - hice mi otra pregunta con miedo de haberla intimidado.
  • ¿Escuela? No, mi papá decía ¿para qué?

Nací entre los muros de adobe, suelo de tierra y el fogón encendido para que mi mamá y yo no nos muramos. Nunca supe la fecha, pero creo que era primavera, aunque tampoco sé exactamente cuándo es primavera, solo sé que era para la siembra, o eso es lo que dijo mamá.

Papá siempre me miró diferente, siempre le tuve miedo, en especial cuando gritaba a mamá mientras yo intentaba encender el fogón y preparar la cena. La discusión siempre terminaba en que por culpa suya yo era "así" pero no sé cómo es "así".

  • Tata, ¿dónde se van mis hermanos?
  • A la escuela.
  • ¿Y yo por qué no voy?
  • ¿Vos para qué vas a ir? ¿para qué vas a estudiar?
  • ¿Qué es estudiar?
  • ¿Ve? Ni eso puedes entender.

Seguía ahí, con la oveja entre los brazos, buscandole los piojos mientras intentaba contarme todo en su medio español.

Siempre he estado bien, cuido a las vacas, las ovejas, las gallinas y de vez en cuando lavando ropa para tener platita. Solo me da miedo volver a casa, él me espera siempre con las mangas de la camisa remangadas, el sombrero borsalino despintado, ojos de diablo y las manos enganchadas en la hebilla del cinturón. Solo pedía que no se repita lo de la noche anterior porque todavía me duele el cuerpo. Cuando las vacas tienen un cría me quedo tranquila en casa, duermo con el becerrito para que no muera de frío, yo los cuido, pero la verdad creo que son ellos lo que me protegen.

Era la hora crepuscular, aún había luz aunque empezaba a sentir frío.

  • ¿Quieres un chocolate caliente? - Le pregunté.
  • Ya - Respondió volviendo a mostrar su sonrisa sin dientes.

Me apresuré tanto como pude, saqué dos tazas, puse un poco de cocoa en una y en la otra una bolsita de té, saqué una marraqueta y volví hasta donde ella se encontraba. Ella seguía ahí, con la mirada puesta en donde nace el río, me estaba esperando.

El día de mi cumpleaños era el mejor, no sé qué día cae, pero mi mamá me hacía vestir y nos íbamos a la ciudad. A mí me daba miedo, creo que me puedo perder y no sé cómo podría volver.

Íbamos hasta el cementerio a comprar ropa, sombrero, mandil y zapatos. Mis hermanos siempre salen, pero yo solo el día de mi cumpleaños. También tomaba un helado bañado en chocolate y comía pescado antes de volver. Solo en mi cumpleaños.

Volvió a mostrarme su media sonrisa, terminó de devorar la marraqueta y me devolvió la taza.

  • Ya es tarde, tengo que ir a cocinar.

Se alejó lentamente, el río se escuchaba cada vez más fuerte mientras veía tan solo el brillo de su pollera al caminar.

Ella seguía ahí, mientras el tiempo transcurría, ya no salía a la ciudad una vez al año porque la ciudad estaba llegando, la melodía del río se convirtió en un eco cansado, y las retamas ya no impregnaban los atardeceres con su aroma, pero ella seguía ahí, constante y atemporal.

  • Mi mamita se está muriendo - Me dijo una tarde cualquiera mientras vigilaba a las dos ovejas que le quedaban.
  • ¿Está muy mal? - Le pregunté pese a que sabía perfectamente su respuesta.
  • Ella ya no quiere.

Su única guía y conexión con la ciudad se había ido, así como se había ido el río del cual no se escuchaba su melodía y tan solo se sentía el olor de la muerte. Ella seguía ahí, en el pequeño espacio verde que le quedaba. Aún me muestra esa sonrisa sin dientes, y tal vez yo sea su conexión con la ciudad y con su pasado.

A veces hace frío, pero ella sigue ahí, con la mirada puesta en lugar donde nacía el río. Creo que aún tiene miedo de volver a casa, su papá aún vive ahí. A veces y si está lloviendo salgo y le invito una taza de chocolate y me vuelve a mostrar la sonrisa sin dientes.

Nadie se acuerda de su cumpleaños, pero es porque nadie nunca lo supo. Sigue ahí, y seguirá ahí, porque cuando deje de ver su sonrisa sin dientes podré voltear la mirada hacia donde nace el río.